Celebráis vuestro 10º aniversario con este Brindis (Montgrí, 2025), el disco de versiones que acabáis de lanzar. ¿Cuál es la gran enseñanza que extraéis de estos diez años de carrera?
Controlar la paciencia. Al plantear una carrera musical larga, en estos 10 años han pasado muchas cosas, y te das cuenta que los resultados llegan con el tiempo. Ves que algo que podría haber sido efímero, ha perdurado en el tiempo. También a perfeccionar la relación entre la intuición y las inseguridades. Conforme ves que tu intuición te va llevando a los lugares en los que tiene sentido que estés, van despareciendo los miedos y los prejuicios, y toda esa maraña de sentimientos que te impiden actuar con naturalidad. Con el tiempo nos hemos dado cuenta de que tenemos una intuición certera.
A estas alturas, las opciones de repertorio a versionar serían casi infinitas. ¿Qué ha primado a la hora de escoger las canciones que forman parte del disco?
Lo más importante han sido las propias canciones, que fueran grandes canciones. Canciones que lo aguantan todo. Y también que tuvieran algún elemento de conexión con nuestra música. Por ejemplo, el juego de las voces en «Lento» (Julieta Venegas) o la emoción de la letra de «Grita» (Jarabe de Palo). Después de diez años, nos conocemos mucho, y ambos veíamos si eran canciones que podíamos llevar a nuestro terreno o no.
¿Hay alguna que haya supuesto un reto especial llevar a vuestro terreno?
Si, por ejemplo, «A sota aigua» (Turnstile), es la que menos ha cambiado más allá de la traducción de la letra al catalán. Y también en «Grita» para encontrar hacia dónde queríamos llevar la original, estuvimos probando bastantes cosas, tanto a nivel de estructura, como de tempos, como de ritmo, hasta que llegamos a un resultado que nos gustara.
Los próximos 10 y 11 de febrero vuestra gira hace parada en Madrid, en el Teatro Eslava. ¿Qué tenéis preparado para este concierto de celebración de aniversario?
Lo más importante para nosotros es que sea una comunión, juntarnos con la gente que nos ha acompañado en estos diez años, independientemente de en qué momento se hayan unido al camino. Para nosotros lo más importante es crear un ambiente familiar y de amistad, y que lo celebremos todos juntos. Estos conciertos del décimo aniversario son un regalo para nosotros y para la gente. Tocaremos canciones de toda nuestra discografía, incluyendo versiones de Brindis.
La música es muy especial. Es capaz de disfrutarse individualmente, de una manera muy íntima. Pero también tiene esta capacidad convertirse en un acto colectivo en un concierto, en una fiesta, o bailando. Esta dualidad es lo que le da ese poder único. Tiene la capacidad de llenar espacios en cualquier circunstancia, y los conciertos son ese momento colectivo por antonomasia. Esa frase de «Club de fans de John Boy» de Love of Lesbian que dice: «Mirada universal, de alcance personal», resume muy bien esa idea, ese momento del directo de convergencia entre lo personal con lo colectivo. Estamos muy contentos y tenemos muchas ganas de tocar en las salas, que son los lugares donde más se potencia esto.
Respecto a “Mi canto libre” (“Il mio canto libero”), adaptación del tema del italiano Lucio Battisti, comentáis que fue un poco vuestro particular himno de pandemia. ¿Qué pensáis que hace a una canción capaz de servir de refugio a una persona?
Aparte de la canción, depende del momento y el entorno. Es una conexión que se produce casi sin tú quererlo. La música es algo extraordinario y circunstancial. Por eso cuando escuchas una canción de tu adolescencia te viene un torbellino de emociones, y depende también de cómo estés de sensible ese día. Es esa parte metafísica de la música. La canción tiene que tener una carga emocional para que esto ocurra, sea lo que sea: odio, tristeza, felicidad…
¿La música que nos vuelve locos nos hace un poco más cuerdos?
Es una buena pregunta. Pero hay de todo. Canciones que te devuelven a la cordura, y canciones que te trasladan a la locura. Estos días, con la muerte de David Lynch, leí una frase suya que decía: «el arte no cambia nada, te cambia a ti». Y obviamente la música, como un arte potente e inmediato, tiene ese poder de volverte loco, o transmitirte tranquilidad, y revalidar las emociones.
Para una banda de crecimiento orgánico como la vuestra, ¿qué papel juegan las salas de conciertos?
Un papel importantísimo. Cala Vento no existiría si no fuera por las salas. Es donde nos ha pasado la mayoría de cosas guays desde el principio. Es donde hemos conocido escenas, otras bandas, a nuestros grupos favoritos, y donde coincidimos con nuestros fans personalmente. Hay una tendencia ahora mismo por parte de muchos grupos nuevos de querer empezar a tocar en los festivales desde el principio, y es una idea equivocada. Debes pasar por todos los niveles. Las salas te nutren muchísimo como persona y como banda, y que alguien se lo quiera saltar me parece un error. Es precisamente donde convergen la parte más íntima y más colectiva de experimentar una canción. Hacen posible que alguien se nos pueda acercar después de un concierto a compartir un momento personal sobre una de nuestras canciones, y nos hace partícipes de ello de forma colectiva.
Saliéndonos de lo estrictamente musical, explicadnos. ¿Qué es Montgrí y por qué sentisteis la necesidad de emprender un proyecto así?
Montgrí es nuestro sello discográfico, y oficina de management y booking, que hicimos para el lanzamiento de nuestro tercer disco, Balanceo (2019). Venimos de una escena muy independiente y muy underground, y ya nos lo veníamos haciendo todo nosotros mismos. Esto se sumó a nuestra voluntad emprendedora y a que ya nos gustaba hacer este tipo de cosas. Llegamos a la conclusión de que lo mejor era autoeditarse y autogestionarnos para tomar nuestras propias decisiones. Y, de paso, disfrutar de ese proceso. Con Montgrí hemos conseguido todo eso, ya vamos por veintitrés referencias, y hemos editado a más de ocho bandas, con grupos como Biznaga, Yawners, Mourn o Lagartija Nick, que han querido sumarse al proyecto.
Desde fuera parece arriesgado sostener en el tiempo una banda a dúo, con las limitaciones que ello conlleva. Aún siendo uno de vuestros sellos de identidad, ¿lo veis como algo mutable o algo perenne?
En lo que hace Cala Vento hay poco de perenne. Somos dos personas muy abiertas de mente, a la par que somos bastante críticos con nuestro propio trabajo. Al principio, el hecho de montar un dúo de rock, fue un reto, que creemos que superado con creces. Pero no es un dogma, ni una limitación, ni un corsé autoimpuesto. Si en algún momento decidimos sumar a otra persona, será lo natural. Para el tercer disco, por ejemplo, ya dejamos de componer las canciones solo a guitarra y voz e incorporamos otros elementos e instrumentos. Y, de hecho, ya nos empieza a apetecer compartir el escenario con otros músicos. Los dos solos ya lo hemos hecho mucho y necesitamos cambiar la dinámica.
Aunque quizá el público no os percibe como una banda tan reivindicativa como, por ejemplo, Biznaga, vuestras canciones suelen tener una alta carga social, ya sea desde una perspectiva individual o colectiva. ¿Nuestra generación es conformista y vive en el letargo?
Si, somos una generación adormecida por el estado de bienestar. Nuestras preocupaciones son más existenciales que terminales. Lo más básico lo tenemos cubierto, pero la mayoría estamos malviviendo en pisos insalubres, sin luz y pagando una barbaridad, y tragamos con eso. Quizá las nuevas generaciones que vendrán con más energía, y les pesarán más tantos años de precariedad, si van a reaccionar. Es verdad que falta activismo, cada vez es más difícil juntarse sin pantallas de por medio. La verdad que invitaría a la gente a escuchar los discos de Biznaga, ellos lo explican muy bien, mucho mejor que nosotros [risas].