Kai Etxaniz creció cantando con su madre. Aún podía pasar corriendo por debajo de la mesa de la cocina sin miedo a darse en la cabeza cuando escalaba una silla para llegar al radiocasette con el que jugaban a grabarse cantando canciones juntos.
Con la música tallada en las primeras conexiones neuronales aprendió a hacer malabares con las palabras para, sin decir, contar verdades.
Años más tarde hizo de la pasión oficio y, saltando de una piedra a otra, se convirtió en autor de canciones.