Lo más importante que tengo que decir de Ortiga es que Chicho es un buen chaval. Esto es esencial, porque en la vida hay mucho idiota y mucho trapalleiro, que es como llamamos en Galicia a los cutres y a los embaucadores. Pero no es el caso de Chicho, decía. Él es un millennial de su tiempo y de su tierra, pero también un poco particular, que se queda en su casa sin wifi para arreglarse unos merenguitos, que no se ha instalado el WhatsApp, que vive en su barrio de siempre, en Santiago de Compostela, junto a un centro comercial en declive. Chicho, ahí, con su honestidad y sus pies en el suelo. Ortiga, su proyecto musical, no es fácil de explicar si no has crecido en las verbenas gallegas. En Galicia hay muchas más vacas que personas, y casi tantas orquestas como vacas. Aquí se celebran miles de fiestas anualmente; solo el 15 de agosto hay un centenar de verbenas al mismo puto tiempo. En ese caldo hierve Ortiga, que suena al Caribe que trajeron nuestros migrantes, pero también a esto que ahora llamamos música urbana.