¿Cómo le fuiste dando forma a un proyecto tan particular como Yeli Yeli hasta llegar al sonido y concepto en el que han derivado?
Yeli Yeli nació de una intuición: la necesidad de mirar al flamenco no solo como música, sino como lugar. Un lugar habitado por voces desplazadas, por memorias que no caben en los márgenes de lo normativo. Fui tejiendo el proyecto como se borda un mantón antiguo: con hilos heredados y otros que robé del presente. Grabaciones, textos, loops, errores, distorsiones. La forma la fue encontrando él solo, en el camino.
Puesto que ya se ha combinado con el rock, el jazz, la bossa, la salsa, y otros tantos estilos. ¿Sientes que la mixtura con los sonidos electrónicos es la combinación contemporánea más lógica para el flamenco?
Más que lógica, es inevitable. La electrónica tiene algo de espectro, de vibración del cuerpo sin cuerpo, y eso conecta con lo jondo. No lo veo como una “fusión” —palabra que no me gusta— sino como una conversación viva. El flamenco, cuando es honesto, siempre ha estado en contacto con su tiempo. Y este tiempo pulsa en frecuencias digitales, en beats rotos, en texturas sintéticas. Lo lógico es lo que emociona, lo que suena a verdad, aunque duela.
¿Qué podemos esperar de tu próximo concierto en Madrid el 5 de junio en el Café La Palma, como parte del ciclo AIEnRuta Artistas 2025?
Un ritual de ruido y ternura. Una invocación. Yeli Yeli en directo es un lugar de paso: ni tablao, ni rave, ni concierto al uso. Es un espacio donde el cante se rompe para volverse grito, susurro o carcajada. Donde el cuerpo se sacude y se entrega sin red.
¿Cómo relacionas el concepto del proyecto con el término “yeli” para darle nombre?
El nombre Yeli Yeli me vino por su relación con la virginidad en algunas bodas gitanas, donde se lanza ese grito durante la ceremonia que celebra el desvirgamiento. Me interesaba ese eco simbólico, no tanto desde lo literal, sino desde la idea de comenzar algo desde cero, con todo el vértigo, la pureza y la incertidumbre que eso conlleva. Cuando conocí a Pedro —mi primer compañero de este viaje— fue exactamente eso: una cita a ciegas. No sabíamos qué podía salir de ahí. Apenas conocíamos el trabajo del otro, pero sí nos unía el deseo de lanzarnos a lo desconocido, de abrir una puerta sin saber lo que había detrás. Esa inocencia, esa entrega a lo nuevo sin red, es lo que me hizo pensar en el «yeli» como nombre para el proyecto. Era una forma de bendecir ese primer encuentro creativo desde lo simbólico, desde la entrega y también desde la osadía de dejarse atravesar por otro sonido, por otra mirada.
¿Qué te inspiró a reinterpretar el clásico de Junco «El amor que te tengo a ti» y llevarlo a tu terreno?
Esa canción es como una cicatriz dulce. La escuché de niño y se quedó conmigo. Me interesa lo kitsch como espacio emocional. Rehacerla fue como devolverle su propio eco, arrastrarlo al barro de mi voz y a la electricidad de mi presente. Junco canta desde un lugar que conozco: el amor que duele, pero no se esconde.
¿Cómo ha sido la experiencia de presentarte en festivales tan icónicos y significativos como el Festival Flamenco de Londres y la Bienal de Flamenco de Sevilla?
Para mí, que vengo de cantar flamenco en la calle, llegar a espacios como la Bienal de Sevilla o el Festival de Flamenco de Londres fue algo muy potente. Gratificante, sí, pero también esperanzador. Que te abran la puerta viniendo de abajo, desde la intemperie, desde la mierda —hablando claro—, es algo que da ilusión. Te hace sentir que no todo está cerrado, que aún hay grietas por donde colarse y decir algo propio.
¿Qué te ha aportado trabajar con productores como Pedro Da Linha, David Synth y Bronquio en la creación de tu música?
Este disco lo he producido en gran parte yo mismo, con algunas aportaciones puntuales de Pedro Da Linha en ciertos temas. Fue un proceso muy personal, donde estuve implicado en casi todas las decisiones sonoras y vocales, buscando una dirección que respetara mi identidad y mi búsqueda artística. La colaboración con Bronquio surgió durante la pandemia, cuando un festival nos propuso hacer algo juntos. Aquello nos llevó a crear un par de temas que más adelante quise incluir una de ella en el disco, la «Colombiana Muxe». Sentía que esas canciones también formaban parte de este universo que venía construyendo. David Synth llegó en la fase final del proceso. Me ayudó a pulir algunos detalles en ciertas canciones, pero su aportación más importante fue la mezcla de varios temas. Supo encontrar el equilibrio justo entre emoción y crudeza. Carlos Gárate también participó como productor, especialmente ayudándome con la composición vocal de varias piezas. Con él hay una escucha muy fina y un diálogo creativo muy generoso. Actualmente estamos trabajamos juntos en un próximo proyecto discográfico.
¿De qué manera impulsa a un proyecto como Yeli Yeli haber sido uno de los seleccionados del ciclo AIEnRuta Artistas?
Es un empuje importante. Nos permite llegar a lugares donde este tipo de propuesta no suele estar programada. Yeli Yeli no es un proyecto comercial, pero sí quiere conectar. Estar en AIEnRuta me da la posibilidad de abrir nuevas orejas, de ocupar espacios donde tal vez no se espera que suene algo así.