Desde muy pequeño Paco Soto decía: ¡guitarra! Una palabra de tres sílabas, un deseo compacto como un diamante. Ocho años después los convencía. Antes robó una armónica a su hermano y la soplaba clandestino en los recreos. O músico o ladrón, debieron pensar los padres. Así llegó la guitarra. En sus cuerdas, el sentido de una vida. Todo esto pasó en Tánger, donde Paco se crió. El canto de las mezquitas le llevó al flamenco y el flamenco lo ha llevado aquí. Su tercer disco, después de componer y producir otros dos. La música que inventa es un caballo que lo ha llevado ya por medio mundo junto a los mejores artistas nacionales e internacionales.
Jorge Pardo, Israel Fernandez, Duquende, Chano Dominguez, María José Llergo, los Carmona, Colina… Sus maestros se convierten en sus compadres, mientras los muertos (Camarón, Paco de Lucía) se convierte en sus santos. Es la música, sus dados corriendo por el tapete. En este mundo que pide identidad con fiereza, la mezcolanza de Paco es una involuntaria rebeldía. De libertad sabe mucho: criado en África pasó a Andalucía, Japón, Sudamérica o Nueva York. Allí trabajó, primero, en un supermercado y más tarde en la tarima del Lincoln Center. En este tercer disco el flamenco es el río caudaloso que se quiebra en meandros hacia las otras músicas.