¿En qué punto artístico se encuentra Lichis?
A causa de la pandemia mi proyecto quedó en suspenso y me dediqué a producir discos de otra gente. Ahora, he empezado una nueva etapa en el camino. He salido a girar con la gira “El hombre orquesta”, que pasará por Libertad 8. Mientras tanto, voy a ponerme de nuevo a grabar y componer. Haré como los “traperos”, en principio no voy a hacer disco, o el disco será la recopilación de los temas que vaya sacando cada mes o cada dos meses. Los grabo aquí en el estudio [de su casa], se mezclan, se prepara y se lanza.
¿Qué vamos a encontrar en este concierto de “El hombre orquesta”? En cuanto a formato y demás
En esta gira voy con instrumentos de percusión que toco con pies y manos, y con la guitarra. Repaso mi carrera bajo el nombre de Lichis, incluyendo los temas que hice con Rubén Pozo en Mesa Para Dos. Sigo un poco el concepto yanqui del one man band enraizado en el folk, el country y el blues americano. Como público me pasa que si un tío se planta solo a guitarra y voz, a partir de tres o cuatro temas me resulta un poco indigesto. Salvo en sitios como Libertad 8 que la gente va a escuchar, normalmente el público se ha tomado dos o tres copas y quiere un poco más de fiesta. Con la percusión intento darle un toque más alegre, más festivo.
Tú que has llegado a tocar en grandes recintos y festivales ¿Qué encuentras de único y mágico en tocar en las salas?
Son vocabularios diferentes. En las salas hay más interacción con el público, entre tema y tema charlas un poco con ellos y da pie a algo más de humor. Los teatros, por ejemplo, o los festivales, ya tienen otra liturgia. A partir de la pandemia muchas salas empezaron a darse cuenta de que los acústicos hay que hacerlos a una hora prudente y con la gente cómodamente sentada. Es algo que en Libertad 8 ya se venía haciendo y que el formato agradece. Además, las sesiones vermú son un buen plan para público y artista. Los artistas que ya tenemos una edad agradecemos poder volver a casa, comer con tus hijos y echarnos la siesta después de un bolo [risas].
¿Crees que la música en directo, en el contexto de las salas, goza de buena salud?
El panorama no ha cambiado. Tengo 51 años y llevo desde los 18 tocando en salas. No veo demasiados cambios, estamos en una profesión en la que no existe la clase media. O se tiene un éxito brutal o estás tratando de bregar en carreteras nacionales, no hay autovía para todos. Curiosamente, casi todos los que se dedican a esto tienen una deriva ideológica de izquierdas, pero seguimos siendo el único gremio que no ha trabajado por tener un sindicato que ampare a todos los trabajadores de la música: técnicos, artistas, mánagers, etc. Nos limitamos a hacer featurings. Las pequeñas salas gozan de salud porque los que las llevan son gente romántica y apasionada de su trabajo. Les he visto capear el temporal y no rendirse porque es lo que les da la vida.
¿Qué te ha aportado Madrid y sus salas de concierto como artista?
Todo. Pertenezco a una generación en la que no había escuelas de música para rock. O hacías música clásica, o flamenco, o jazz. La canción popular era para “gente mediocre”. Tuve la suerte de ser el único del barrio que pudo ahorrar para comprarse un instrumento. Tocaba el bajo en un grupo de rock and roll, otro día en uno de reggae, otro día en otro de blues, otro en uno country…Y así fue mi formación como músico. Aprendía armonía y solfeo porque lo necesitaba para hacer bolos en las salas. Fui aprendiendo de músicos que sabían más que yo.
La música de masas tiende a alardear del triunfo, coches caros y chicas como meta vital o incluso como el día a día de esos artistas ¿percibes tu música como la antípoda de todo este postín, como música de supervivencia?
No, lo que soy ya es un dinosaurio. En mi época el tener éxito te convertía en el demonio. No generaba más que odios y envidias, se cuestionaba tu trabajo. En las nuevas generaciones, a partir del éxito y del desarrollo del hip hop y el trap, la consecución de los bienes materiales de la sociedad neoliberal se han convertido en una especie de estandarte de triunfo. Ahora, por ejemplo, a nadie le parece mal que artistas independientes, al estar en boga esta escena, empiecen a aparecer en televisión o estén dentro de la mercadotecnia. Esa barrera que había en mi época se ha disipado y ha cambiado. La categoría de artista de culto, en la que posiblemente se me podría englobar a mi, no está de moda, ahora eres un tirado de la vida. Hace tiempo sería algo cool o interesante. Aunque la verdad es que estoy contento haciendo lo que me sale y autoeditando mis discos. Es un viaje duro, pero es una vuelta a lo que he hecho toda la vida, exceptuando el paréntesis de La Cabra [Mecánica].
De las canciones que has escrito hasta ahora ¿Cuál esconde un proceso de composición más tortuoso?
Todas [risas]. Las canciones son como un parto: un sufrimiento y un dolor increíble. Luego cuando llega el hijo se te olvida todo y dices “venga, vamos a tener otro”. Compañeros como Rubén [Pozo] tienen una facilidad insultante, del tirón saca todo el hilo de la canción. Yo voy tirando pequeños hilos, se rompen, una vez tengo algo, me lo vuelvo a plantear, le tengo que dar mil vueltas y es un proceso muy tortuoso. Luego a la hora de grabar tengo las cosas mucho más claras porque ha habido mucho trabajo para concebirlo. Con los años, además, va siendo cada vez más difícil, vas perdiendo esa capacidad de sorprenderte. Yo, para seguir teniendo esa energía, trato de buscar nuevos horizontes en cada disco. Ahora estoy haciendo una canción cantando en falsete, que no lo había hecho en la vida.
¿Hay alguna canción que te guste especialmente interpretar en directo?
Quizá mis canciones preferidas sean las más lentas. Disfruto mucho con “El Hombre Orquesta”, que de las canciones que he hecho es de las que más me gusta. También “Loquillo” y “Febrero”, canciones más cercanas al medio tiempo.
¿Destacarías algún proyecto nacional musical que te parezca especialmente interesante?
Es un momento muy interesante en todos sentidos y estilos. Es difícil encontrar una propuesta que no te sorprenda de alguna manera. La gente joven está más preparada de lo que estábamos nosotros, es más fácil tener acceso a conocimientos musicales. Antes tenías que ir de Vallecas a Aluche para encontrar a alguien que te enseñara lo que es un acorde de dominante, ahora está todo a golpe de teclado y eso ha enriquecido la música. Por apuntarte algún nombre en concreto, me encanta lo que hace Ángel Stanich; es divertido, cabrón, inteligente, arriesgado. También Marta Plumilla con Andrés Sudón; y discos que he producido como el último de Petiso o Daniel Sánchez me parecen cojonudos. Por ejemplo, escucho cosas de trap, que aún sin ser un estilo que a mi me guste, veo la mala hostia y la falta total de autocensura y pienso “qué guay que haya gente así soltando las cosas como las piensa”, aunque no sea un estilo con el que yo me identifique. Me parece muy refrescante.