Como una coctelera que mezcla o agita diferentes ingredientes hay personas que sin querer o intencionalmente aplica esta técnica en la escena musical. No tienen barreras y están ávidos de nuevos talentos que les despierten las orejas. Aunque a veces esos talentos dan sorpresas.
Álvaro Oliver ´Oli´ se define así mismo como “un agitador de la escena madrileña desde hace 20 años”.
Entró en este mundo como mucha gente. “Comencé en este sector como vía alternativa para pagarme la carrera. De una manera natural se convirtió en mi forma de vida”. Su paso por el Moe le hizo crecer profesionalmente. “Fui uno de sus responsables y además allí dí mis primeros pasos como pinchadiscos”.
Su pasión por la música y su inquietud le llevaron a la dirección artística, junto a un buen grupo de amigos, del festival Moe Black Music que se desarrolló de 2009 a 2012. Y como no para quieto también era socio de la productora Todoazul con la que organizó multitud de eventos de todo tipo de aforos y fue caldo de cultivo para sus proyectos del presente.
Todo ese bagaje le llevó hace 9 años a embarcarse en El Intruso. El proyecto en el que gasta muchas de sus energías. Pero para mantenerse hace falta algo importante. “Organizar casi 3000 conciertos de una manera artesanal avala el equipo que hay detrás. Para mí el trabajo en equipo es fundamental. Que todos estemos alineados en la misma dirección, desde los encargados, taquilleros, técnicos de sonido hasta músicos, promotores, djs o profesionales implicados es muy importante”.
En este espacio es donde Oli desarrolla todas sus ideas e inquietudes. Con la orejas y vista siempre alerta está abierto a nuevas propuestas que a veces no son lo que esperaba. “Programamos una jornada con varias actuaciones diseñada por unos amigos cercanos nuestros. Una de las bandas se definía como pop barroco y en el habitual intercambio de emails previo con ellos para chequear el rider técnico no vimos nada extraño. En la prueba de sonido se personaron con metales de desguace, velas, maniquíes, 3 inodoros, 1 rueda de tractor y una valla peatonal de hierro. Lo que entendimos en un principio como una performance teatralizada desembocó en una inesperada fiesta pirotécnica. En mitad del bolo comenzaron a tirar petardos y sacaron al escenario una radial. La valla ya cobraba sentido. El técnico-encargado optó, con gran prudencia, custodiar la radial y ante tal ultraje decidieron tirar todos los petardos. Acto seguido bajamos los diferenciales de p.a y escenario y dimos por finalizado el concierto. Todo acabó con un acalorado desencuentro y no parecieron entender las consecuencias de tirar petardos y generar chispas con una radial en un local que está cubierto al 90% con madera. Inolvidable”.