Dicen que una cosa lleva a la otra, que una vez cometido el primer delito los demás son más sencillos, pero todos sabemos que una vez que cambias tus primeros gustos musicales no hay vuelta atrás. Que una vez que encuentras tu vocación no existe otro trabajo para ti. En cierta medida esto fue lo que me pasó a mi cuando cambié los conciertos de Sociedad Alcoholika, Iron Maiden o Megadeth y de ser cliente habitual del barel Escorpión para empezar a trabajar en el Garaje Sónico a mediados de los noventa. No renuncié a mi bagaje metalero; solamente lo amplié (o lo reduje, según se mire) a las canciones de tres acordes y de tres minutos como máximo.
Como una cosa lleva a la otra, abrimos el Morgenstern, que convertimos en un clásico de altas horas de la madrugada, a base de saltarnos casi todas las leyes existentes. Fue en esta época cuando realmente cometí mi primer delito: cambiar el Morgenstern por una taberna de rock, el Acme, que frecuentaron míticos –Turmix, Josele, o el Pele– y dejando como víctimas de mi crimen algunos grupos de huérfanos que vagaban por la noche de Malasaña preguntándose: ¿Por qué? y ¿cuándo volvería a ser quien realmente era y abrir otro puto bar?
La verdad es que tardamos poco y el último fin de semana de septiembre de 2006 abrimos el Wurlitzer Ballroom, mucho más grande, con escenario e incluso camerinos y, algo que parece una tontería, pero que para nosotros era importante: con licencias suficientes para poder hacer lo que siempre habíamos querido hacer: buenos conciertos sin demasiadas tonterías como eso de un proyecto artístico concreto. Porque, es tontería negarlo, el Wurlitzer no tiene nada parecido a un proyecto artístico propio. Por no tener no tiene ni lo que podríamos denominar decoración. Para eso del proyecto artístico ya están los grupos que acuden, el gusto de nuestros encargados a lo largo de estos años (Blote, Santi Campos, Muriel, Hormiga, Ricardo, Terry), el de los promotores que colaboran asiduamente con nosotros (Ayuken, Holy Cuervo, Mad Note, Nooirax, Calehia, Prod Barbudas) y a la inverosímil técnica de Ramon (DGR Sónica) que consigue que mi versión de Alternative Ulster suene razonable. El Wurlitzer es tan solo un sitio en el que reunirse a tomar una Mahou fresquita -aunque aún me falta por conocer un cliente que pueda tomarse solo una-, a disfrutar de la música, preferentemente en directo, y, según dicen los rumores y atestiguan un par de bodas surgidas del mismo, a ligar.
Haber tenido a Paul Heaton cantando a capella tras la barra, aparecer en una canción de Accelerators, que TV Smith o Squire nos incluyan en su calendario anual, haber escuchado a Peter Perret tocar, con su hijo,”Another girl, another planet” o haber disfrutado de Sky Saxxon, puede parecer poco, pero la satisfacción de poder decir de casi cualquier grupo “si, los vi en el Wurli hace un año, o así” o la de ver a mi hija Alicia probando las batería o bailando con los grupos en las pruebas de sonido, es algo más. En fin, poco más y nada menos, esto es el Wurlitzer.
Alvaro…, dueño del Wurlitzer Ballroom
wurlitzerballroom.com
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