Bogui tiene ese algo que hace que un club de jazz sea algo más que un sitio donde se escucha jazz. Uno entra en Bogui y se siente en casa, y lo mismo que uno, los músicos que, de miércoles a domingo, son los amos del cotarro.
En Bogui se les trata como merecen, y ellos felices y contentos de volver las veces que haga falta. Luego, que en Bogui hay otras cosas; una foto con la plana mayor de los músicos de jazz de la historia reunidos en Harlem; una barra americana sin putas, pero con gin tonics, y un señor con sombrero con el que puede hablarse de jazz y de la vida, si es que hay alguna diferencia entre una cosa y la otra.
Sabemos por lo que ha pasado Dick en estos años, que si Bogui está vivo es porque él se ha empeñado en que no muera, y mira que se lo han puesto difícil. La cosa, que uno acude a Barquillo, 29 sabiendo que algo va a ocurrir, y ocurre. Por ejemplo, que Miguel Zenón ofrezca un concierto de esos que no se olvidan; y quién dice Zenón, dice Freddy Cole o Mark Turner, Melissa Aldana, Barry Harris… y los de aquí: Perico Sambeat, Jorge Pardo, Javier Colina y demás glorias de nuestro jazz. La lista es interminable. Como los grandes clubes de Nueva York, Bogui contó con su propia big band, los domingos y fiestas de guardar, que dirigía Bob Sands; su escenario también ha estado abierto a las vanguardias, dícese por un Ken Vandermark o una Chefa Alonso.
Lo que cualquiera definiría como un “suicidio económico”, para Dick es lo más natural del mundo: el jazz tiene un pasado, un presente y un futuro, y todo ello cabe en Bogui Jazz. Uno, como es lógico, tiene sus recuerdos personales de cuanto ha vivido en tan sacrosanto lugar, no todos ellos publicables. Entre los que sí lo son, me quedo con los conciertos de Joachim Kühn y Gilad Atzmon: el tipo de artistas que no dejan indiferente a nadie; o más recientemente, Pablo Hernández con Sinouj y una nutrida delegación de excepcionales intérpretes iraníes. Más aún: Bogui Jazz es el único club del mundo que ha seguido funcionando aun estando cerrado por orden gubernativa; aquellas sesiones del exilio que recorrieron la geografía del jazz en Madrid y demostraron que el mundo del jazz también sabe ser solidario.
Chema García Martínez
Crítico de jazz del periódico El País